Lorena G. Maldonado (El Español)
Qué diría Galdós si levantara la cabeza en esta España de 2021, caótica, hermosa, esquizofrénica, politizada, fragmentada. Qué diría ante el país y sus gentes, su chispa eterna, sus desgracias imposibles de enterrar; qué esbozaría frente a la revolución feminista, frente a las nuevas mujeres sobre las que él escribió cuando aún no eran lo que son.
Qué pensaría al ver que el 14 de abril se estrena su obra Realidad, que primero fue novela y luego fue teatro, acá en los escenarios del Canal de Madrid, en la Sala Negra, dirigida por Manuel Canseco, su gran estudioso y devoto, para celebrar el año Galdós, el año que lleva el nombre del genio cañí, tan denostado y por eso, tan nuestro.
“¡Se han acabado las localidades veinte días antes del estreno! Hay expectación. Eso indica que el desinterés que ha habido en nuestra sociedad por Galdós no está justificado. Tenemos una sociedad un poco extraña”, guiña Canseco en conversación con este periódico. “Después de Cervantes, es el mayor novelista que hemos tenido”. Ante la pregunta de qué podemos aprender de Galdós en la España de hoy, responde el dramaturgo que “muchísimas cosas, entre otras historias, a escribir”.
Ojo: “¡Lenguaje, tenemos que aprender de él! Lo estamos perdiendo con una facilidad tremenda desde que apareció el WhatsApp. Charlo con gente más joven y me preguntan qué significan muchísimas palabras que son casi de dominio diario para los que tenemos cierta edad. Eso denota una pérdida del lenguaje bastante grave y de alguna manera, tenemos la responsabilidad de conservarlo en la mente de las personas leyendo y divulgando”.
Galdós liberal y político
Apunta Canseco que Galdós nos enseña “a ir hacia adelante”: “Con él se pierde el sentido del honor calderoniano, o del siglo XVII, y en esta obra el protagonista no mata a la mujer [que le es infiel] por salvar su honor. Galdós se adelanta a su tiempo. Si fuésemos más Galdós, tenderíamos a regresar a la autocrítica y a salir del encierro, del encasillamiento y de una manera exclusiva de pensar”, relata. Mientras hoy bebemos los vientos por el primer gurú barato que nos promete la felicidad o la paz -tan ansiadas-, Galdós “pensaba por sí mismo y en función de lo que pensaba, actuaba”.
¿Qué importancia tiene la mujer en la obra de Galdós? “Yo creo que mucha”, afirma el experto. “Él se salta las reglas de la sociedad. En esta obra encontramos a una mujer absolutamente libre interiormente y que decide su manera de actuar sin sentirse atada a la moral social. También Galdós dibuja un hombre nuevo, el hombre que si no es capaz de perdonar, al menos es capaz de no matar a su pareja. Es el hombre que se divorcia moralmente de ella, de esa mujer asqueada por el aburrimiento de su matrimonio y que se encuentra otro amor”, sonríe.
Orozco: el hombre bueno
Lo cierto es que este papel, el de Orozco en la obra, fue entendido en su momento -y seguirá siendo entendido por ciertos sectores del público- como un personaje papanatas y “calzonazos”, como un pagafantas útil que destruye el modelo de masculinidad hegemónico y se rinde a la empatía, a la compasión, a la generosidad.
No tiene Orozco ese ramalazo testosterónico, esa virilidad tóxica del macho territorial que cerca a la mujer que siente como suya, y por esa humanidad también pagó su precio: “Contaba el crítico catalán Ixart que a raíz del estreno de Realidad, el actor que hizo el papel de Orozco tuvo que soportar la burla y la chacota de los espectadores, incluso fuera del escenario, porque se le veía como a un paria. No veía el público la obsesión de Orozco por convertirse en una mejor persona, por no dejarse llevar por sentimientos extremos”, alicata.
En esta función han desalojado a todos los personajes secundarios y se han quedado con los cinco principales que definían a la sociedad del momento. “Queda reducido a matrimonio, al galán, digamos, capaz de conquistar a Augusta, a la madame que describe perfectamente la sociedad hipócrita de la época donde los hombres que se aburrían -porque tenían cierta posición social- frecuentaban salones y utilizaban a la mujer como entretenimiento, y a la joven que intenta escalar en una sociedad tremenda…”, resopla. “A veces es tremendamente cómica y a veces dramática.
Galdós revolucionario
¿Escribía Galdós desde la sociedad contra la sociedad? “Como todo hombre inteligente, él hace una variación grande entre la novela Realidad y su obra de teatro. Ahí dulcifica todo un poco. No es que fuese en contra de la sociedad, sino en contra de sus usos, costumbres y pensamientos. A la vez buscaba tener cierta recepción entre el público: si no lo habrían matado directamente el día del estreno”, ríe. “Él hace una serie de concesiones al público que se sienta en la butaca para que se sientan conmovidos o emocionados, a favor o en contra, de lo que él cuenta”.
Pero Galdós era un revolucionario, ¿no? A pesar de su estética de hombre templado, a veces sobrio, aparentemente grisáceo, sin poses, sin malditismos, sin leyenda negra. “Por supuesto que era rebelde y lo demuestra a cada momento de su vida con su participación política. Responde a las sacudidas de la sociedad, interviene en ellas. Alguien aburrido o comedido nunca reflejaría sus pensamientos en contra de lo establecido. Cada uno lucha con las armas que tiene, y él utiliza la pluma. Su concepto del matrimonio o del honor estaba más cerca de los franceses que de los españoles. No creía en el dominio sobre la mujer”